BM. Volumen 9, No. 105, Septiembre 2017

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Sección I – Editorial
Rafael Muci-Mendoza 2017-9-105-I-119
Elogio del oftalmoscopio y el dolor de cabeza.
¿Quién no ha disfrutado alguna vez de la «Rapsodia en Azul», «Un americano en París», o la ópera «Porgy and Bess»?. Productos del genio temperamental, obstinado y autoritario que fuera George Gershwin (1898-1937), uno de los músicos norteamericanos más celebrados. Desde 1923, años antes de su fatal enfermedad, fue hostigado por ataques ocasionales de náuseas y una indescriptible sensación que le ascendía desde la boca del estómago. Sin alivio, consulta a médicos, psiquiatras y psicoanalistas, pasando en vano por diversos regímenes y dietas. Le diagnosticaron colitis espástica, neurosis crónica y hasta una nueva condición creada para él: «estómago de compositor». De espíritu extrovertido, a partir de 1936 comenzó a operarse en él un extraño cambio, hundiéndose en períodos de extrema melancolía: «¿Qué les parece? -dijo a algunos amigos cierta vez-, tengo 38 años, soy rico y famoso, pero profundamente infeliz.». Exámenes iban y venían. Los doctores estaban confundidos: ¡Son sus nervios !. En febrero de 1937, mientras ejecutaba al piano con la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles su Concierto para Piano en Fa Mayor, sufrió un mini ataque: Se quedó lelo por 10 o 20 segundos, perdió varios compases, para luego continuar como si tal. Al confrontar la realidad, comentó que inmediatamente antes del momentáneo apagón, había percibido un inusual y repulsivo olor a goma quemada que nadie más olfateó: Una «crisis uncinada», la llamamos los médicos, una forma de epilepsia originada en una circunvolución en forma de «gancho»o de caballito de mar del lóbulo temporal del cerebro, en que la persona percibe olores inexistentes, no identificables, repugnantes.

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