Edgar Carrasco. Abogado, Especialista en DDHH, género y VIH. Miembro de la Junta Directiva de ACCSI
Contribución al Portal: José Esparza, Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia Nacional de Medicina de Venezuela. 23/08/2022
Ya son 40 años de vivir acorralados por emergentes brotes epidémicos de impacto global, entre ellos: el VIH, el SARS, el Zika, la COVID-19 y, más recientemente, la viruela símica. La humanidad ha debido responder sobre la marcha y en medio del caos que se genera dentro de las instituciones de salud, sus servicios y las comunidades. Hay que reconocer que, para quienes orientan la salud pública global, la tarea es hercúlea y compleja. Al tiempo que se lidia con la enfermedad, la atención y su contención, también se hace frente a políticas, conocimiento, recursos, tradiciones, costumbres, creencias religiosas, prejuicios y miedos que se anteponen a la salud de las personas y a la ciudadanía.
Desde 1982, el VIH entró en nuestras vidas con una sensacionalista ola de presagios apocalípticos que los constructores de la conspiración y los anti-derechos no desperdiciaron para sus juicios, en los que interpretaron un problema esencialmente de salud y de salubridad como maquiavélicas manipulaciones de laboratorio o un castigo divino para quienes se atrevían a desafiar algún dios. Lamentablemente, este juicio moldeó en demasía la respuesta que debía darse, y causó que la salud pública muchas veces fuese selectiva y con prejuicios al abordar cómo, qué y quiénes deben o no ser atendidos. Paradójicamente, los grupos hechos vulnerables por la salud pública son subestimados y vistos sin equidad. Asimismo, se aplican medidas considerablemente severas, incluso más allá de lo racional, y que deben entenderse como contención de una epidemia, pero que acaban provocando más estigma y discriminación de lo que ya generan el miedo a la infección y todas las circunstancias que la rodean.
Hoy, la COVID-19 y la viruela símica traen de nuevo al escenario las medidas tradicionales de salud pública de contención de esas epidemias, entre ellas el aislamiento, que dependiendo del contexto político, social y cultural donde se apliquen, podrían provocar manifestaciones y agitaciones por las limitaciones que a los derechos fundamentales se imponen. Del mismo modo, los ciudadanos viven una intensa incertidumbre por la escasez y deterioro de los servicios de salud pública que amenazan con no poder alcanzar a todos en los esfuerzos de prevención, profilaxis y atención.
Nada más cierto que lo que señala Ana María Carrillo Farga[1]: “La historia de las epidemias ha estado marcada por el surgimiento de movimientos populares contra ciertos grupos sociales acusados de ser los causantes de la enfermedad. El desconcierto y el miedo ante las muertes simultáneas y súbitas de las personas, llevaba a la búsqueda de culpables, siendo por lo general los pobres y las poblaciones marginadas a quienes se acusaba, convirtiéndose en el blanco de actos irracionales basados en la discriminación”.
Definitivamente, las epidemias harán mayores estragos en países donde los servicios son más deficientes, en los que exista la desinformación y la ciudadanía continúe sometida a un Estado de derecho que no lo es tanto.
Viruela símica: implicaciones éticas y de derechos humanos
Vale aclarar que el Orthopoxvirus aún no es considerado de transmisión sexual, pero que se asocia, entre otras formas de transmisión, a contactos íntimos muy cercanos que pueden causar la infección por vías externas. Su transmisión no está relacionada con ninguna orientación sexual. Lo cierto es que, habiendo un número importante de hombres gais o bisexuales afectados, se les debe atender en condiciones de igualdad, como a toda la población, y evitar el estigma.
Entonces, ¿cómo conciliar los derechos individuales y colectivos con las medidas sanitarias por tomar? A nuestro juicio debe buscarse un justo balance ético entre las necesarias limitaciones, restricciones y los beneficios que la salud pública ofrece a la ciudadanía sin discriminación, y en especial a los afectados, estimulando la confianza y el compromiso de la gente, quienes nunca deben ser dejados de lado en los esfuerzos de contención de brotes epidémicos. Son partícipes, no simples destinatarios de información errática y no equitativa. La salud pública es práctica, y requiere el liderazgo y participación de la comunidad, que debe traducirse en prevención eficiente, fomento de la salud y calidad de vida, todo dentro de los parámetros de la ética, la dignidad de las personas y sus derechos fundamentales.
En cuanto a la notificación obligatoria, ya está declarada para la viruela símica. Sin embargo, una de las lecciones que ha dejado la COVID-19 es impedir el continuo deterioro del principio ético de la confidencialidad del diagnóstico y el derecho a la vida privada, que han constituido una regresión que ha expuesto el diagnóstico clínico como asunto público y noticioso.
Hoy es completamente normal que, en medios de comunicación como noticieros se anuncie abiertamente un diagnóstico positivo de coronavirus de quien se tenga algo que decir. En las epidemias concentradas como el VIH y la viruela símica en países no endémicos, en los que estas implican tabúes y prejuicios sobre la sexualidad, el llamado “secreto profesional” cobra particular importancia para la prevención y tratamiento. La regla de oro es que hay que cumplirlo, sobre todo con el consentimiento expreso y trato digno del diagnosticado.
En los casos de viruela símica probable y confirmada, el autoaislamiento será necesario en casa o un centro de salud con la debida orientación de un trabajador de la salud, que podría extenderse durante las evaluaciones y pruebas pertinentes. Las recomendaciones de la OPS/OMS para el autoaislamiento están redactadas para persuadir a las personas que han tenido contacto directo con alguien o un entorno que pudiera estar contaminado a que tomen sus medidas y detengan la cadena de contagios. El aislamiento debe cumplirse hasta que se hayan formado costras en las lesiones, se hayan caído y se haya formado una nueva capa de piel, proceso que puede ser de, aproximadamente, unas 3 semanas (21 días). Para el autoaislamiento eficiente se requiere una salud pública comprometida con la comunidad y la gente, no una de policía sanitaria.
La localización de contactos es una medida muy tradicional de salud pública que, por ser muy invasiva en la vida privada y tener el desafío permanente de un entorno prejuicioso y discriminatorio, colabora muy poco con la ciudadanía diagnosticada. Cabría preguntarse ¿cómo es que ciudadanos gais que enfrentan el odio y los prejuicios pueden hablar abiertamente de su sexualidad y sobre sus parejas con un funcionario de la salud? A nuestro parecer, es ahí donde ha estado el fracaso del cerco epidemiológico de las ITS en determinados grupos vulnerables, como las trabajadoras sexuales, gais y bisexuales. No hay otra opción que la recomendada por la OMS: “Limite el contacto directo con otras personas tanto como pueda, y, cuando sea inevitable, hágale saber a su contacto que ha estado expuesto a la viruela símica.” Quizá será mucho más realista aspirar a fortalecer la responsabilidad de las personas que indagar en su privacidad.
En cuanto a grupos vulnerables, hasta ahora se han identificado a los gais, bisexuales y PVV. Según los expertos consultados, esto podría deberse a un sesgo epidemiológico, pues la búsqueda activa se ha centrado en centros de salud donde concurren estas poblaciones para atención y retiro de antirretrovirales. En espacios distintos a centros de salud de VIH, como bares o clubes, no se ha recolectado evidencia.
La viruela símica ha presentado en este nuevo brote una tasa baja de mortalidad, en general y en personas con VIH. En este último grupo, aunque aún se esté en la búsqueda de más evidencias, un tratamiento antirretroviral adecuado puede ayudar a que el curso de la infección por viruela símica sea menos grave. En este sentido, salta a la palestra la importancia de alcanzar el acceso universal a los ARV, sobre todo como prevención y profilaxis. En los países donde el acceso universal sigue siendo limitado, existen riesgos de crisis en los servicios en términos de la morbilidad y mortalidad de la población.
Como la viruela símica no es un diagnóstico crónico, una vez recuperadas, las personas deben retornar a su vida. Por lo tanto, el retorno al trabajo y a los centros educativos, el acceso a todos los servicios, la vida en familia y en comunidad deben continuar sin alteraciones ni restricciones.
Un asunto ético y de derechos humanos que desborda cualquier previsión es el acceso a las vacunas. La vacuna contra la viruela puede prevenir las enfermedades causadas por el Orthopoxvirus incluyendo la viruela símica. Sin embargo, las organizaciones internacionales ya manifestaron que la cantidad con la que se cuenta no será suficiente para todos. Además, su producción es muy costosa. Es por ello por lo que se debe priorizar a algunos: los grupos en situación de vulnerabilidad.
Es de esperar que en este proceso de priorización no prevalezcan prejuicios que beneficien electoralmente la acción del Gobierno de turno a cargo de la salud pública, que en el pasado hicieron aparecer la llamada “Ley Titanic”, que pregonaba: “Mujeres y niños primero” en el acceso a los ARV, en un escenario donde los más afectados y vulnerables eran los hombres gais, bisexuales y mujeres transgénero. Tampoco debemos olvidar las sanciones impuestas a funcionarios públicos quienes, una vez recibidas las vacunas contra la COVID-19, se inocularon antes que todos los demás.
Finalmente, recordemos a Jonathan Mann, quien, en su inquebrantable tarea por reconocer la inexorable relación entre salud pública, ética y derechos humanos para enfrentar la epidemia del VIH, afirmó que: “Discriminación, desesperanza y marginación, en suma, el desprecio por los derechos humanos y la violación a la dignidad humana, crean las condiciones sociales en la que el SIDA florece alrededor del mundo.”
[1] Especialista en historia de la Medicina y pandemias. Profesora del departamento de salud pública de la Facultad Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Correo de la UNESCO/Un solo munido, voces múltiples (2020).